Cuando era niña sabía que Halloween existía por los dibujos animados de Snoopy y por las series de televisión. Ese día, nosotros celebrábamos otras tradiciones locales que no me atraían y que nada tenían que ver con Halloween, cuyo origen se dice estar en Irlanda. A mí Halloween me parecía genial y deseaba poder ir algún día a Estados Unidos y caminar con mi grupo de amigos de puerta en puerta pidiendo caramelos bajo la amenaza de «trick or treat«.
Sin embargo, en la generación siguiente ya no era así… Ya se había importado el concepto de Halloween a Europa, como otro efecto de la globalización. Actualmente, los más jóvenes viven Halloween al estilo europeo. Compran disfraces, hacen fiestas temáticas y se divierten, asumiendo que es una tradición local. Pero no es así. En Europa, Halloween es uno más de los fenómenos de la globalización de las sociedades más modernas.
Con la globalización el mundo se ha acercado y los consumidores están cada vez más formateados.
Está bien tener cerca productos y servicios que antes sólo encontrábamos cuando viajábamos. No obstante, todos compramos, hacemos, vemos y deseamos las mismas cosas. Hay un intercambio comercial y una tendencia para la uniformidad cultural. La mayoría de las marcas tiene presencia en todos los mercados.
Los contenidos son cada vez más accesibles. Las series y las noticias que consumimos a diario son las mismas, pese a que las últimas puedan ser contadas de diferentes formas conforme al país.
Cada vez la gente está más conectada a través de las redes sociales y tiene más acceso a la información en tiempo real.
La movilidad de las personas ha aumentado. Viajar es más fácil. Hay oportunidades de bajo coste y de última hora en Internet.
Y cuando llegamos a otro país, ¿qué vemos?
Encontramos un paisaje, un estilo arquitectónico, una cultura y una forma de comunicar diferentes, pero las grandes tiendas y marcas son prácticamente las mismas que hay en los demás países.
La diferencia está en la identidad nacional de cada uno. El valor está en las experiencias locales y auténticas que cada país puede ofrecer. Por ello, es importante acercar la marca a cada mercado, no sólo a nivel de producto, sino también de comunicación. Construir un mensaje diferente con un sello nacional. Despertar emociones y sentimientos, dándole ese toque de autenticidad local. Hablar en el idioma de cada mercado y así llegar al corazón de los clientes.