Nací y viví en Lisboa hasta 2007 y mi Navidad sigue siendo portuguesa. Las Navidades en Portugal son fechas muy familiares en las que se reúnen las distintas generaciones, como Dios manda. Son días para estrechar lazos.
Durante la época navideña, Lisboa se vuelve más bella y atractiva.
Las calles brillan más… El color de las iluminaciones se desvanece con la niebla de una ciudad junto al río y el humo de las castañas asadas. Pasear por Lisboa despierta nuestros sentidos y múltiples sensaciones.
Es una época para compartir y la ciudad se anima con el bullicio de las compras navideñas. Cuesta arriba, cuesta abajo, la gente se cruza a paso lento, buscando «ese» regalo. Los llamativos escaparates de las pastelerías de elaboración propia invitan a entrar. Y la creatividad de los espectáculos de calle nos induce a parar y a coger fuerzas para seguir…
Mientras tanto, comienzan los preparativos para recibir a «nuestros» invitados.
El primer domingo de Adviento, la casa se regocija con el árbol de Navidad, el Belén y los adornos que he coleccionado con cariño a lo largo de los años. Lo religioso y lo profano conviven en armonía, creando un sentimiento de paz y alegría.
Se pone una mesa festiva. A la buena manera portuguesa, vivimos una Navidad «azucarada» con infinidad de dulces…
La Nochebuena («consoada» o cena de Navidad) está llena de simbolísmo y se anima con el intercambio de regalos, antes o después de la misa de medianoche.
El bacalao y el pavo asado son los platos principales. Y todo tiene una razón… Según los historiadores, la tradición de comer bacalao se remonta a la Edad Media. Era un pescado barato, adecuado para un periodo de ayuno. La costumbre de comer pavo en Navidad comenzó en el siglo XVI, con la llegada de esta exótica ave desde América. Y como se creía que procedía de Perú, su nombre en portugués es: “peru”.
El día de Navidad la «historia» continúa… Pasar el día con la familia, saludar a aquellos con los que aún no nos habíamos reunido, saborear «sabores navideños», cambiar regalos y «matar todas as saudades», o sea, calmar la añoranza y nostalgia que sentimos al estar lejos de los «nuestros».
Después viene el Año Nuevo, que ya se recibe con amigos. Mucha gente llama a esta fiesta «Réveillon». Manda la tradición despedir el año viejo encima de una silla, pidiendo un deseo en cada pasa sultana que comemos al ritmo de las últimas campanadas. Y así saludar al Año Nuevo.
Desde que vivo en Madrid, tengo dos días más de fiesta y magia, porque también celebro la Noche y el Día de Reyes. Es mi Navidad española, que igualmente me encanta y vivo con intensidad.