El empedrado portugués es otra curiosidad de mi país. Forma parte de la historia, del arte y de la cultura de Portugal.
Se cuenta que todo comenzó en siglo XVI, por un capricho del rey Manuel I, que ordenó empedrar el recorrido anual del cortejo real. No quería que Ganga, su rinoceronte mascota (un animal exótico poco conocido en Europa en aquella época), se manchara de barro cuando desfilara lentamente por la ciudad. Además, era una forma de que el monarca hiciera gala de su riqueza.

Pero no fue hasta el siglo XIX cuando el adoquinado comenzó a ensamblarse como un puzzle, con piedras calizas irregulares blancas y negras. Los maestros del empedrado portugués (“calçada portuguesa”), meticulosos en su trabajo, empiezan a decorar las calles, plazas, patios y otros espacios peatonales de las ciudades. Colocan piedra a piedra, creando alfombras con motivos geométricos, olas del mar, símbolos y escudos de Portugal. En su momento, poetas llegaron a elogiar el pavimento tradicional portugués, mencionando su efecto sobre la luz, tan singular, de Lisboa. En el siglo siguiente fue importado por países que compartieron historia con Portugal, por ejemplo Brasil.
¡El empedrado portugués también comunica! Las imágenes que se representan en este arte de trabajar la piedra traducen en parte la historia de un país. Como icono de Portugal es considerado Patrimonio Cultural e Inmaterial del País.
Una vista aérea de la “calçada” portuguesa, nos muestra cómo se componen los diseños mediante la combinación de pequeños puntos. Haciendo un paralelismo con las tecnologías actuales, las piedras de la “calçada” son como píxeles digitales. Piedra a piedra, punto a punto, se construyen formas que transmiten mensajes a quienes pasan por allí… Y para los más atentos y curiosos, el pavimento también esconde secretos… Se tratan de pequeños dibujos e irregularidades que no están previstas en el diseño original. Son las marcas personales y exclusivas de quienes tienen el arte de construir el pavimento… los “calceteiros”.
